Los movimientos que pretenden hacer del islam la única fuente en materia de legislación no han podido conquistar el poder de forma duradera. Enfrentados a regímenes autoritarios preocupados por explotar, ellos también, el deseo de religiosidad, han perdido credibilidad al ceder a los juegos políticos y al fracasar en la definición de unas políticas económicas a la altura de los desafíos sociales.