Fernando Alonso Navaridas
La retirada de Estados Unidos del TPP y las iniciativas geopolíticas chinas impulsan nuevos proyectos ‘made in Asia’ para preservar la estabilidad y el libre comercio en un espacio con un creciente valor estratégico.
El final del pivot to Asia de Estados Unidos ha quedado sellado con la retirada de la administración de Donald Trump del proyecto estrella norteamericano para la región: el Acuerdo Transpacífico (TPP, en inglés), que cuadraba el círculo de una ambiciosa política estadounidense en Asia y alumbraba la promesa de décadas de estabilidad y crecimiento basadas en un marco común de reglas. Esta decisión supuso algo más que el fin de unas directrices y su cambio por otras adaptadas a las preferencias de la nueva administración. La retirada del TPP también marca la interrupción de la primacía de los relatos geopolíticos occidentales y el despegue de visiones del mundo made in Asia.
El ejemplo paradigmático es el metarrelato geopolítico de nuestros días, la Nueva Ruta de la Seda china: la Belt and Road Initiative (BRI), según la denominación adoptada tras su último giro conceptual. Se trata de un vasto proyecto de conectividad, pero también de estructuración de redes logísticas y productivas para las próximas décadas, con una concepción política de gran laxitud, si no reactiva, frente a los valores dominantes desde la Segunda Guerra Mundial. Frente a este proyecto surgen –también en Asia – las iniciativas Indo-Pacíficas. Estas visiones, a las que se ha acabado sumando EEUU, pretenden regenerar un modelo de relaciones políticas, seguridad, desarrollo sostenible y conectividad que permita preservar el legado de estabilidad y libertad de comercio de anteriores generaciones y renovar el discurso internacional de las sociedades abiertas.
Un espacio para la geopolítica mundial Las distintas iniciativas de conectividad en Asia, en el océano Índico y en el Pacífico descubren un vasto espacio con dinámicas complementarias que puede protagonizar los años centrales del siglo XXI. Este espacio se extiende en forma de huso entre Suez y el estrecho de Malaca, y se proyecta hacia los espacios geográficos colindantes: África y Oriente Próximo por el Oeste y Asia Oriental y el Pacífico por el Este.
La elección de este espacio por unas y otras iniciativas no es casual, pues presenta características de alto valor estratégico. Por un lado, encierra el eje actualmente dominante del comercio mundial y por él circula el 80% de los flujos energéticos globales por vía marítima. África, Oriente Próximo y Asia, suman además una población de 6.100 millones de personas, el 76,9% del total global. Registran las mayores perspectivas de crecimiento económico y demográfico mundial, con África como futuro protagonista en la segunda mitad de este siglo. Este vigor económico y demográfico se completa con un despegue de las clases medias sin precedentes (3.000 millones más entre 2000 y 2025), hoy centrado en Asia.
A medida que aumenta el peso global de este espacio, se refuerza su papel en las redes mundiales de generación de valor añadido. Los países de la zona quieren garantizar su acceso a materias primas y energía y defender sus intereses, por lo que su gasto militar crece en proporción. Se estima que de 2016 a 2020 aumentará un 32%, siendo quizá la única región global donde lo haga de forma significativa. En este escenario, los retos de seguridad en la región aumentan en importancia para todos, no solo para los países del vecindario, por lo que condicionan nuestras políticas de seguridad en Europa. Problemas como la piratería, el terrorismo, las amenazas y la proliferación nuclear son tradicionales, pero también emergen nuevos retos, como el radicalismo o la ciberseguridad, en los que el papel de este gran bloque Indo-Pacífico para definir respuestas será esencial. Por último, los países del eje Indo–Pacífico desempeñan un papel muy importante en grandes asuntos globales, como el cambio climático, la lucha contra el terrorismo o el desarrollo sostenible. Quien logre con éxito conectarlos a través de una estrategia de conectividad y seguridad puede aumentar su capacidad de influencia en el desarrollo de esos debates globales.
Los países asiáticos con ambiciones globales están trabajando para crear un relato regional acorde a sus prioridades e intereses. Están tejiendo relatos propios con ambición de centralidad y perdiendo interés en los originados en EEUU o en Europa. Todos estos relatos parten de una cuestión importante como es la conectividad, pero desarrollan estrategias mucho más amplias, que tocan prácticamente todas las declinaciones de la globalización: el reparto internacional de funciones productivas, el control de las rutas logísticas, la hegemonía en materia de innovación y definición de normas, la seguridad, la lucha contra el terrorismo, la gestión de Internet, el desarrollo sostenible, etcétera.
Las dos principales visiones son la BRI y las estrategias Indo-Pacíficas. La Nueva Ruta de la Seda de China se inserta en la visión global del presidente Xi Jinping, el “sueño chino”, que prepara su conversión como principal potencia económica y política, y para 2050, también militar. Supone crear vínculos económicos, financieros, políticos y geoestratégicos que proporcionen a China una red global de intereses consolidada, similar o superior a la que hoy podrían tener países como EEUU o la Unión Europea en su conjunto. Por otro lado, las estrategias Indo-Pacíficas surgen como un contrarrelato, impulsado por Japón y secundado por EEUU, Australia e India, con distintos acentos. Se trata, tanto en un caso como en otro, de auténticas visiones estratégicas, que abordan cuestiones esenciales de orden económico, político y de seguridad. Se proyectan desde el pasado reciente con vocación de modelar el futuro, disponiendo de notables recursos para su formulación y puesta en marcha…