La historia se ha acelerado en el mundo árabe durante los siete últimos años. Guerras civiles, enfrentamientos regionales, sectarismo, éxodo de refugiados. ¿Era previsible en 2010? La actual década está siendo trepidante en el mundo árabe. En sus primeros 42 días ya habían caído dos líderes autoritarios –el tunecino Zine El Abidine Ben Ali y el egipcio Hosni Mubarak – que hasta entonces parecían todopoderosos e inamovibles. No cayeron a raíz de intervenciones militares extranjeras, ni de golpes de Estado, ni de revoluciones religiosas. Fueron movilizaciones sociales pacíficas, hasta entonces inimaginables, las que forzaron sus salidas del poder.
Una primera lección que se debería extraer de esa experiencia reciente: ni la apariencia de estabilidad durante décadas, ni el apoyo continuado de las potencias occidentales, ni unos relativamente buenos resultados macroeconómicos son garantías suficientes para la supervivencia de los regímenes autoritarios árabes mientras exista malestar social.
En los siete años transcurridos desde el comienzo de esta década, ha habido una aceleración de la historia en Oriente Medio y el Magreb, con acontecimientos de gran trascendencia y frecuentes cambios en los estados anímicos, tanto en la propia región como entre los observadores externos. Desde 2011, el mundo ha sido testigo de fenómenos extremos generados en la región árabe: guerras civiles, enfrentamientos bélicos regionales, éxodos de refugiados, uso de armas químicas, aumento del sectarismo y del extremismo religioso, aparición de proyectos totalitarios como el del autoproclamado Estado Islámico (Dáesh), etcétera.
Una segunda lección que no debe pasarse por alto: los cambios abruptos que ocurren en los países árabes no quedan encapsulados dentro de sus fronteras. Nadie puede dudar ya de que sus consecuencias tienen la capacidad de extenderse en poco tiempo a otras zonas del planeta. De hecho, las crisis en países árabes de Oriente Medio y el Magreb –como Siria, Irak o Libia – pueden poner en jaque el proyecto de construcción de la Unión Europea. El auge de movimientos xenófobos y de extrema derecha se ha visto alimentado por el rechazo a la llegada de refugiados que proceden de –o han transitado por – países árabes, así como por la islamofobia que engendra la amenaza yihadista y los atentados en suelo europeo.
Las revueltas vividas en varios de los 22 países árabes en lo que llevamos de década han generado muchas incertidumbres. Eso ha provocado ansiedad y miedo a lo desconocido entre las élites gobernantes locales y las potencias extranjeras. Por el momento, esos temores parecen haberse aplacado mediante el recurso a las viejas prácticas represivas, incluso más acentuadas que antaño en casos como el egipcio, o a la instrumentalización de las divisiones sociales y las fracturas políticas. El antiguo paradigma de la “estabilidad autoritaria” ha vuelto…