Washington debió haber pensado hace décadas en las consecuencias que tendría la apertura de los mercados y el flujo de capitales en China.
Durante la campaña electoral de 2016, Donald Trump prometió que en su primer día en la Casa Blanca declararía a China manipulador de la divisa. Tuvo que olvidarse de esa promesa porque durante la última década el renmimbi (RMB) se apreció un 35% frente al dólar, lo que demuestra que las denuncias contra irregularidades comerciales chinas no siempre caen en saco roto. Los agravios que Trump exhibe ahora son el déficit comercial y el programa Made in China 2025, que EEUU interpreta como un desafío a su superioridad tecnológica y, por ende, militar. Las primeras salvas de una posible guerra económica fueron los aranceles sobre el acero y el aluminio, anunciados a finales de marzo, así como la amenaza de imponer un arancel del 25% sobre importaciones de China valoradas en 50.000 millones de dólares, cifra doblada tras el anuncio de represalias chinas. Se estima que esta medida provocaría una caída en torno al 0,3% del PIB chino.
Mucho más allá fueron las disparatadas demandas formuladas por la misión estadounidense desplazada a Pekín a principios de mayo: reducción del déficit comercial en 200.000 millones de dólares en dos años; cese de subsidios y apoyos estatales al programa Made in China 2025; apertura total de China a las inversiones estadounidenses, mientras que EEUU podría vetar cualquier inversión china en sectores estratégicos; cese de todo tipo de apropiación indebida de propiedad intelectual, incluida la exigencia de transferencias de tecnología para entrar en el mercado chino; revisiones trimestrales de este régimen, con imposición de sanciones –que serían aceptadas sin oposición – si EEUU considerase que hubo incumplimiento.
La exportación a EEUU supuso en 2015 el 21% del total de la exportación china y el 4,2% de su PIB. Pero la exportación china neta (resultante de restar a la bruta los componentes procedentes de otros países) alcanzó solo el 2,5% del PIB, un 40% menos. Pese a ello, una drástica reducción del déficit comercial estadounidense con China afectaría gravemente a su PIB. Un frenazo al progreso tecnológico de China mermaría su desarrollo económico. Y EEUU propone erigirse en juez y parte, en vez de remitirse a la Organización Mundial del Comercio, hoy ninguneada por Trump. Un diktat semejante no puede ser aceptado por país soberano alguno…