La dimensión social del proyecto europeo —un proyecto en permanente movimiento— ha estado presente desde el Tratado de Roma, pero ha ido siempre a remolque de la construcción económica. La Gran Recesión puso de manifiesto que una Europa construida sobre unas débiles bases sociales no solo se traduce en crisis económicas más profundas, sino que genera desafección en la ciudadanía europea. Hoy Europa sigue teniendo grandes divergencias en indicadores y políticas sociales, pero los grandes desafíos globales de las próximas décadas hacen imprescindible recuperar la idea de una verdadera política social europea que supere los límites del Estado nación y promueva una convergencia real efectiva.