Durante el Antiguo Régimen, la tierra estuvo monopolizada por la Iglesia —fundamentalmente las órdenes monásticas— y la nobleza.
Su explotación se realizaba a través de cesiones agrarias a largo plazo: el absentismo de los propietarios era la norma y los cultivadores directos no gozaban de suficientes estímulos para mejorar sus comportamientos tradicionales, de ahí su huida masiva engrosando las filas de la emigración. Feijoo va a criticar con dureza esta situación proponiendo una serie de reformas de las estructuras agrícolas