Rusia muestra una determinación que contrasta con la indecisión occidental a la hora de relatar los años posteriores a la caída del muro de Berlín. La intervención en Ucrania se hizo en un terreno abonado con premisas discutibles.
En la rueda de prensa del 4 de abril de 2014, en el discurso en el Kremlin del 18 de marzo de ese año y en declaraciones posteriores, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, justificó la anexión de Crimea con una determinación que no han mostrado sus homólogos occidentales. Putin alegó el riesgo que corren los rusos en Ucrania, el trato vejatorio de Occidente a Rusia, la legitimidad histórica de su país para anexionarse Crimea, así como la contradicción de Occidente al admitir la secesión de Kosovo y no la de Crimea y ampliar la OTAN hacia el Este. ¿Cómo rebatir estas afirmaciones? ¿Peligro para los rusos en Ucrania bajo una "junta fascista"? En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, reunido el 3 de marzo de 2014, el representante ruso, Vitali Churkin, exhibió una supuesta carta del derrocado presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich. En ella, solicitaba a su colega ruso la intervención en el país al objeto de "restablecer el Estado de Derecho", en medio del "caos, terror y violencia provocados por Occidente" y "proteger al pueblo de Ucrania". Sin embargo, el mismo Yanukovich (de quien Putin dijo que no tenía futuro político), en la rueda de prensa a los pocos días de ser derrocado, se opuso al uso de la violencia y se mostró a favor de la integridad territorial de Ucrania. Por otra parte, según la Constitución ucraniana, solo el Parlamento podía autorizar la presencia en el país de tropas extranjeras.
Putin y su ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, alegaron el peligro que corrían los rusos en Ucrania bajo la "junta fascista" que había derrocado a Yanukovich. Ningún dirigente occidental subrayó con la misma energía la ausencia de pruebas al respecto. El Kremlin identificaba "ruso-parlante" con "étnicamente ruso", y omitía que grandes ciudades ucranianas como Odessa, Járkov o Dnipropetrovsk tenían mayoría ruso-parlante y, no obstante, apoyaban al gobierno de Kiev. Pocos lo hicieron notar. El supuesto "terror, asesinato y revueltas", desatados por "nacionalistas, neonazis, rusófobos y antisemitas" con la asistencia de sus "patrocinadores y mentores extranjeros", según el presidente ruso, pasaba por alto que la participación de millones de personas de todas las capas sociales en las manifestaciones del Maidán, en el otoño de 2013, que provocaron el derrocamiento del gobierno de Yanukovich y las primeras medidas del nuevo gobierno (reducción de los poderes del presidente a favor del Parlamento, convocatoria de elecciones presidenciales, restauración de los principios de la democracia) evidenciaban precisamente lo opuesto al fascismo.
El presidente del Comité Judío Ucraniano, Eduard Dolinski, manifestó que su comunidad "(...) no sentía amenaza alguna", y añadió: "Somos muy escépticos ante la afirmación del señor Putin de que viene a combatir el fascismo y el antisemitismo. Es ridículo. No necesitamos protección frente a fascistas. Hemos quedado presa del shock cuando él ha utilizado esa excusa para una invasión. Es absolutamente inaceptable" ...