Belén Becerril Atienza
La construcción de una Europa unida fue prioridad de la política exterior de Estados Unidos tras la Segunda Guerra mundial. Tan perseverantes fueron los estadounidenses en favor de la integración de los europeos como los británicos en su oposición.
Pocos días antes de asumir la presidencia, Donald Trump aseguraba en una entrevista a Michael Gove del Times y Kai Diekmann del Bild, que el Brexit "acabaría siendo una gran cosa", y "otros países se irían también". Igualmente, hizo saber que él mismo, a su modo, lo había predicho - "I sort of, as you know, predicted it" - y que, en definitiva, "sería difícil evitar que la Unión Europea se desintegrase".
Unas semanas después, la inquietud sobre el euroescepticismo de la nueva administración aumentó cuando los medios de comunicación se hicieron eco del posible nombramiento como embajador de Estados Unidos ante la UE del euroescéptico Ted Malloch, profesor que había celebrado el Brexit y presagiado el colapso del euro y de la propia Unión. El nombramiento no llegó a confirmarse, pero generó una fuerte reacción en el Parlamento Europeo.
Más allá de las declaraciones, el desafecto del presidente de EEUU por la integración europea se puso de manifiesto tras su paso por Europa en mayo, con motivo de la cumbre de la OTAN en Bruselas y el encuentro del G-7 en Taormina (Italia). Aquellos días confirmaron el debilitamiento de la relación transatlántica y dejaron en evidencia, una vez más, el desinterés de Trump por las instituciones europeas.
La pérdida del apoyo estadounidense a la integración y, más aún, su cuestionamiento explícito llaman la atención por cuanto la promoción de la unidad europea fue una prioridad de la política exterior de EEUU tras la Segunda Guerra mundial. En un momento en que Europa parecía al borde del colapso, en el departamento de Estado apostaron fuerte por la unidad europea, conscientes de que solo esta podría asegurar la viabilidad de sus economías, posibilitar la integración de Alemania en Occidente y hacer frente a la amenaza soviética. En palabras de Henry Kissinger, de 1973, "ningún elemento de la política americana de la posguerra ha sido más consistente que nuestro apoyo a la unidad europea".
¿Cuáles fueron las motivaciones, el alcance y los efectos de la apuesta estadounidense por la integración? ¿En qué medida EEUU fue un gran valedor de la integración, tal vez, incluso, su principal valedor, entre 1947 y mayo de 1950? ¿Cuándo y por qué comenzó la pérdida de interés por la integración europea en EEUU? El despertar del interés por la integración Hasta bien entrados los años cuarenta hay pocas muestras de interés por la integración europea en EEUU. La administración parecía apostar por una aproximación universal, sin componentes regionales, en el marco de las nuevas Naciones Unidas. Sin embargo, a partir de 1946 se puso de manifiesto un incipiente interés. De aquel año data la primera propuesta formal de integración europea dentro del departamento de Estado. Fue formulada por Walt Rostow y Charles Kindleberger, y recibió el apoyo del subsecretario de Asuntos Económicos, Will Clayton, y el subsecretario de Estado, Dean Acheson. Jean Monnet, por aquel entonces en Washington, apoyó en la sombra el proyecto y lo defendió ante Acheson, con quien mantenía una estrecha relación. La propuesta no prosperó, pero la idea de la integración comenzó a calar en el departamento.
El primer apoyo público de un líder relevante vino de John Foster Dulles, un abogado republicano, amigo íntimo de Monnet. Dulles, que abogaba por la reducción de las barreras comerciales en Europa, pronunció un discurso en 1947 en el que sostenía que el futuro de Alemania debía resolverse en el marco de la unidad económica de Europa y proponía un futuro federal que EEUU debía inspirar y orientar.