Dídac Gutiérrez-Peris
Una mayoría significativa de los franceses ha querido probar suerte con Emmanuel Macron. En su búsqueda de una presidencia globalizada el presidente corre el riesgo de convertir la política exterior en un sustituto de la interior. Pero los retos internos son inaplazables.
A medida que vaya pasando el tiempo la secuencia electoral que ha atravesado Francia en los últimos 12 meses cobrará todavía más relevancia histórica. Entre noviembre de 2016 y junio de 2017 la ciudadanía francesa ha utilizado ocho citas electorales para cambiar radicalmente los partidos, la presidencia y las instituciones parlamentarias del país. Con retrospectiva, las primarias abiertas de Los Republicanos y del Partido Socialista han sido probablemente el game-changer infravalorado. No solo porque se consiguió un récord de votantes en Europa en este tipo de consultas internas - más de cuatro millones de personas se desplazaron en el caso de la derecha - sino porque esas primarias fueron la válvula de escape para el voto antiestablishment y de castigo a unas élites en caída libre.
Los centros de investigación habían identificado la voluntad de cambio radical, el deseo por parte de los ciudadanos del hexágono de dar una claque (bofetada) y hacer ganar el dégagisme (echarlos a todos). Pero los investigadores suponíamos erróneamente que esa bofetada iba a producirse en las elecciones presidenciales, con Marine Le Pen haciendo mella. No contamos con las primarias que sirvieron para ningunear a aquellos que representaban el Antiguo Régimen: Alain Juppé, Nicolas Sarkozy, François Hollande, Manuel Valls, Cécile Duflot ... En este sentido, el ejemplo francés permite analizar desde otro ángulo el asunto de las primarias. Más allá de debatir sobre si son un instrumento eficaz para seleccionar a un candidato o a la cúpula dirigente de un movimiento político, el caso francés hace pensar que las primarias abiertas han servido para eliminar y vehicular una voluntad de (re)empoderamiento que de otra forma se hubiera manifestado en la elección presidencial.
A través de las primarias los franceses resolvieron la cuestión del voto negativo, del enfado y de la rebeldía. Encararon las dos vueltas presidenciales más en positivo, con cierto optimismo y un orgullo resucitado. De ahí que Emmanuel Macron pudiera lograr un triplete sorprendente. Sorprendente por el componente primerizo que contiene su victoria y su historia, pero sorprendente sobre todo porque a lo largo de los meses las tres victorias de Macron han sido evolutivas.
En el caso de las presidenciales, por ejemplo, Macron no consiguió despegar en las encuestas hasta enero de 2017, mucho después de haber anunciado ya sus intenciones y haber lanzado su movimiento político En Marcha. En la octava edición del barómetro electoral del Cevipo (Centro de Estudios Políticos de la Universidad SciencesPo), de noviembre de 2016, Juppé recogía un 31% en intención de voto, Le Pen el 27%, Jean-Luc Mélenchon el 13%, Macron el 10% (perdía dos puntos en un mes) y Hollande el 9% (solo un punto menos que su exministro). Unas cifras que confirman que la victoria de Macron en la primera vuelta se forjó entre enero y abril de 2017. ¿Qué ocurrió? Aparte de las susodichas primarias, algunos apuntan a la debacle de Le Pen, con una campaña estratégicamente confusa que se focalizó en los asuntos europeos y económicos, precisamente aquellos en los que el Frente Nacional (FN) era menos popular en comparación con el terrorismo, la inmigración y la lucha contra la criminalidad.
Otros apuntan a la eliminación de Juppé o Valls, candidatos que de otra forma habrían competido por el electorado de un gran centro político. Hay incluso quien sigue pensando que si Los Republicanos hubieran cambiado a Fillon, envuelto en polémicas de corrupción, pero apoyado por el ala radical y ferviente del país - Sens Commun -, la derecha habría conseguido de forma cómoda congregar el deseo mayoritario en la opinión pública de alternancia política. Sea como sea, Macron y su equipo supieron evolucionar a pesar - o con - las circunstancias, algo que requería una capacidad nada desdeñable de intuición y oportunismo político ...