El problema de la ordenación del Río Guadalmedina no se puede centrar ni en el simple ajardinamiento de su cauce, ni tampoco en operaciones de embovedado que le hagan perder su naturaleza.
En todo caso, la principal cuestión será redescubrir su “imagen oculta” rescatando las riberas del río como espacios de transición con la ciudad. La urbanidad del río deberá pues pasar por el reconocimiento de su realidad geográfica y la redefinición de sus espacios de ribera.
La “barrera” no es el río, sino muy por el contrario sus actuales muros de encauzamiento. El muro es el elemento perturbador de la permeabilidad urbana. Anular el efecto “cajón” que provocan los muros perimetrales del río supone el principio de la solución para la ordenación del cauce recuperando sus riberas. El muro provoca un espacio inútil de cauce artificial que no tiene solución ni con su ajardinamiento (por su difícil acceso al uso ciudadano y falta de continuidad urbana), ni por su embovedado (por los graves problemas de mantenimiento y desaparición de su “huella histórica”). Anular los muros del río, es el principio de la recuperación de sus riberas, de su integración, de su permeabilidad con la ciudad y de la transparencia paisajística “ciudad-río”.
Todo ello pasa por una nueva manera de gestionar el embalse del Limonero, que nunca fue concebido como una “presa” sino, muy por el contrario, como un “embalse regulador”. Por tanto, controlar la regulación del embalse es el principio de la urbanidad del cauce del río. Intentar concebir el embalse como una presa sería mantener un peligro constante sobre la ciudad, ó tratar de utilizarla como cabecera para operaciones de trasvase sería un grave error, ya que no fue proyectada para tal función, con el objetivo de no provocar nunca ningún riesgo para la ciudad. Gestionar el embalse como “regulación” y no como “acumulación” es la solución para lograr mayor relación ciudad- río, mayor identificación descubriendo las riberas del río, mayor capacidad de “hacer ciudad”.