Antxon Olabe Egaña
Ha llegado la hora de crear una agencia independiente dentro del sistema de las Naciones Unidas, dotada de mandato y recursos suficientes, cuya misión sea preservar la salud ambiental de la casa común: la Organización Mundial del Medio Ambiente.
La época histórica en la que dominaba la constelación formada por el Estado territorial, la nación y una economía cuyas presiones e impactos ambientales se circunscribían al ámbito local-nacional ha finalizado. Estamos ante una encrucijada de la que solo se puede salir de forma positiva avanzando hacia mecanismos institucionales que permitan transitar a un Estado ordenado, regulado, en la utilización de los bienes comunes de la humanidad. La encrucijada nos sitúa ante un desafío decisivo, ya que el cambio climático plantea una importante amenaza de seguridad. La presente generación no puede permitirse caminar somnolienta y entregar a las generaciones venideras un clima gravemente desestabilizado. Las sociedades tienen legítimo derecho a exigir seguridad y los gobiernos tienen la obligación política de protegerla.
La fuerte aceleración que han conocido las presiones e impactos ambientales a partir de la segunda mitad del siglo XX no se ha visto acompañada de una arquitectura institucional capaz de ordenar el acceso y la utilización de los bienes comunes. La ausencia de instituciones internacionales y/o transnacionales dotadas de autoridad, mandato y reconocimiento suficientes ha sido un factor decisivo a la hora de explicar la gran debilidad de las respuestas desde que se celebró en 1972 la primera conferencia internacional sobre el tema. La tensión entre una Tierra como casa común y la persistencia del Estado-nación como institución en la que sigue residiendo la soberanía y el poder empuja a la humanidad hacia una renovada autocomprensión y una ampliación de su perspectiva moral. La mejor manera de resolver esa tensión es reformular las instituciones internacionales y transnacionales desde las que abordar la preservación de las funciones vitales de la biosfera. En otras palabras, debemos transitar hacia un Estado regulado, ordenado, en el uso de los bienes comunes y sentar las bases institucionales que permitan hacer compatible el desarrollo económico global con la salvaguarda de los límites ecológicos del planeta.
Redefinir las instituciones, preservar el clima y la biosfera Existe ya una arquitectura internacional cuya legitimidad proviene del momento constituyente posterior a la Segunda Guerra mundial. El historiador Paul Kennedy ha explicado cómo el sistema de las Naciones Unidas se definió y organizó con el objetivo central de preservar la paz y los derechos humanos. Los 54 millones de muertos y el genocidio de la comunidad judía europea en la Segunda Guerra mundial, así como las lecciones del fracaso de la Liga de las Naciones en el periodo de entreguerras, condujeron a las naciones vencedoras a blindar las instituciones en las que se decidía sobre la paz y la seguridad. La creación del Consejo de Seguridad, con el derecho de veto de sus cinco miembros permanentes - Reino Unido, Francia, Estados Unidos, China y Rusia -, respondía a esa preocupación central.
Los asuntos económicos, sociales y culturales quedaron en manos de la Asamblea General, con el importante matiz de que las cuestiones ejecutivas sobre el sistema económico y financiero permanecieron bajo el control de las instituciones de Bretton Woods. En la práctica, la Asamblea General se convirtió en un parlamento de los gobiernos, un altavoz a través del cual los líderes políticos podían dirigirse a audiencias universales. Casi tres cuartos de siglo después, el balance es positivo en cuanto a que se ha evitado una conflagración global, a pesar de que durante cuatro décadas el mundo conoció la extrema polarización ideológica y política de la guerra fría. En ese sentido, si bien las carencias y limitaciones han sido muchas e importantes, se puede afirmar que el sistema institucional ha funcionado en su misión principal de preservar la paz y la seguridad internacional, evitando una nueva guerra mundial.