Eugenio Bregolat y Obiols
Un año después de la muerte de Lee Kwan Yew, su fórmula de democracia tutelada y desarrollo económico sigue siendo referencia. Convertido en líder mundial, Lee solo admiraba a uno: Deng Xiaoping.
Con Lee Kwan Yew (1923-2015) primer ministro de Singapur, se fue, en marzo del año pasado, uno de los gigantes del último siglo. Un pequeño país (700 kilómetros cuadrados y poco más de cinco millones de habitantes) produjo un líder de talla mundial. Su nombre sigue, en relevancia histórica y en reconocimiento general, al de las dos o tres docenas de forjadores de la historia del siglo XX (el káiser Guillermo II, Lenin, Woodrow Wilson, Stalin, Churchill, Franklin Roosevelt, Mao Zedong�).
En 1965 Singapur fue expulsado de la Federación de Malasia. Las previsiones sobre el futuro de aquella especie de ciénaga en el trópico, que tenía que importar hasta el agua que consumía, eran muy negativas. Lee, formado en Cambridge como abogado, asumió el cargo de primer ministro a los 35 años e hizo el milagro de convertirlo, en pocas décadas, en uno de los países más ricos (pasó de una renta per cápita de 500 dolares en 1965 a 60.000 en la actualidad) y mejor gobernados del mundo. Lee lo cuenta en sus memorias, Del tercer mundo al primero