Manuel de Torres
El mundo transita hacia un nuevo modelo económico y social derivado de la digitalización. ¿Existe un escenario distinto a la arcadia de eficiencia y abundancia que promete la economía digital o la distopía cargada de riesgos causados por la automatización acelerada? El proceso de digitalización de la economía mundial es un fenómeno aparentemente imparable que promete un crecimiento más rentable y duradero, aunque no exento de aspectos controvertidos y, probablemente, de riesgos. Según las estimaciones de la consultora Accenture, el crecimiento sería de 1,36 billones de dólares hasta 2020 solo en las 10 primeras economías del mundo.
La digitalización en su estadio actual, impulsada por el abaratamiento y el incremento de la capacidad de computación de los ordenadores, que crece exponencialmente cumpliendo la famosa predicción formulada por Gordon E. Moore en 1965, se fundamenta en la capacidad por parte de empresas y organizaciones públicas de tratar de forma distribuida cantidades masivas de datos. Ello se realiza aplicando algoritmos cada vez más avanzados con el fin de anticipar y personalizar los servicios a empresas y consumidores a través de canales digitales o plataformas, enriqueciendo las prestaciones de sus productos mediante la incorporación de capas adicionales de servicios o sustituyendo la propiedad por el acceso. Google, los dispositivos Apple y su tienda on-line iTunes y Spotify serían ejemplos ya clásicos de cada uno de ellos.
Este cambio paradigmático de modelo tecnológico y de negocio podría tener profundas implicaciones económicas y sociales con carácter global. En primer lugar, se reducen significativamente las barreras de entrada, colocando a industrias enteras ante el riesgo de la temida "disrupción digital". Y ello en sectores en los que, hasta hace poco, la competencia estaba limitada a un número reducido de empresas que se beneficiaban de las economías de escala originadas por sus inversiones iniciales y de la cercanía física de sus redes de distribución a los consumidores. En segundo lugar, y en contraste paradójico con lo antes indicado, la disrupción digital favorece la aparición de algunos "ganadores absolutos" que se hacen con todo o casi todo el mercado. Amazon vendió el 65% de todos los libros electrónicos adquiridos en los Estados Unidos durante 2015 a través de sus dispositivos Kindle; la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp afirmaba en febrero de 2016 contar con 1.000 millones de usuarios. En tercer lugar, la digitalización puede contribuir a acelerar el actual proceso de distribución de la renta hacia el capital, fenómeno habitualmente asociado al incremento de la desigualdad, lo que, a su vez, suele estar relacionado con una mayor inestabilidad social y política. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estima que la participación del trabajo en la renta nacional de las 30 economías más avanzadas del mundo se redujo desde el 66,1% en 1990, al 61,7% en 2009, observándose la caída en 26 de los países considerados. Aunque la explicación de las causas de este fenómeno es controvertida - tal como recoge Thomas Piketty en El Capital en el Siglo XXI - autores como Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee no dudan en asociarlo al desacoplamiento de la productividad y el empleo observado en la economía digital