Joaquín Almunia
El futuro de Reino Unido está en riesgo por una decisión de sus ciudadanos. Ello no puede significar que la UE esté también en riesgo. Reforzar la integración es algo que debemos a las generaciones que la pusieron en marcha y a los jóvenes que la necesitan para su futuro.
La decisión de David Cameron de convocar un referéndum para que los británicos pudiesen optar entre quedarse en la Unión Europea o abandonarla ha provocado un cataclismo político, además de fuertes turbulencias económicas. Tras conocer el resultado a favor del Brexit, el desconcierto y las incertidumbres sobre el futuro de Reino Unido y de la propia UE se mezclan con fuertes críticas a la frivolidad del todavía primer ministro británico y con análisis de urgencia sobre lo que pueda suceder de aquí hasta el final del proceso de �desconexión� de Londres respecto de Bruselas, en función de las distintas alternativas posibles.
El referéndum del 23 de junio, inoportuno y planteado sin convicción, ha ofrecido en bandeja a los populistas euroescépticos una plataforma desde la que han podido utilizar todo tipo de falacias y tergiversaciones, llevando el debate al terreno que más les interesaba: el del miedo a los flujos migratorios y la mitificación del ejercicio de la soberanía nacional sin cortapisas, ignorando que para la obtención de resultados en el siglo de la globalización es mucho más eficaz compartir decisiones con quienes, más allá de la frontera, afrontan problemas similares y sostienen los mismos valores.
El triunfo del Brexit pone en cuestión algunos de los rasgos que siempre hemos admirado en la forma de ser de los británicos. Y más en particular de los ingleses, que son quienes más han apoyado el "Leave": su visión positiva de la economía y las sociedades abiertas, su cosmopolitismo, su pragmatismo a la hora de preferir soluciones eficaces sin dejarse llevar por la retórica y, mucho menos, por la palabrería.
Los únicos que celebran sin reservas el final de la pertenencia de Gran Bretaña a la UE son las diferentes variantes de populismo que cobran fuerza dentro y fuera de las fronteras de la Unión. Desde Nigel Farage a Donald Trump, pasando por Marine Le Pen, Gert Wilders o Vladimir Putin están contentos con el Brexit. ¿Es ese el futuro que nos espera? ¿Será la versión populista de la política capaz de seguir apuntándose triunfos como el logrado el 23 de junio? Confío en que no. Su triunfo supondría, además del final de la integración europea, una seria amenaza para nuestras democracias liberales. Aún estamos a tiempo de evitar el deslizamiento por la pendiente que ese tipo de líderes ofrecen a los electores. Pero no cabe ignorar los riesgos de contagio. Ninguna de las familias políticas tradicionales debe considerarse inmune ante ellos.
En el debate político actual, la división entre soberanistas y europeístas divide a muchos partidos de centro-derecha, pero también a la socialdemocracia y demás fuerzas de la izquierda. Lo mismo sucede respecto de la apertura de la economía y la actitud ante la globalización, los compromisos en materia de seguridad y defensa, la política macroeconómica o las respuestas ante la inmigración. Esas divisiones no se producen de la misma manera en los diferentes países, en razón de sus diferentes experiencias históricas, ubicación geográfica o prioridades socio-económicas. Pero son muy pocos los ejemplos de partidos del "mainstream" - los partidos "de gobierno" - que no se vean afectados por algunas de esas tensiones internas. Y ese es el escenario en el que surgen voces y movimientos populistas que, con mensajes simplistas que buscan la polarización sin aportar verdaderas salidas a los problemas, tratan de llegar a ser mayoritarios.
David Cameron se dejó atrapar por una determinada versión del populismo, representada con trazo grueso y muchas veces xenófobo por Farage y su Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP, en inglés) y, de manera más sofisticada, pero también con concesiones a la demagogia más burda, por el ala euroescéptica de su partido, encarnada en Boris Johnson. Desde el pistoletazo de salida hacia la consulta, los portavoces de este sector de colegas y de votantes de Cameron han manejado los argumentos habituales del euroescepticismo - rechazo a la primacía de la legislación europea, críticas acerbas a la burocracia de Bruselas� - y se han unido con armas y bagajes a los mensajes antiinmigración lanzados por UKIP. Mensajes que, a su vez, han hecho mella en una parte del electorado laborista, desorientado ante el escaso entusiasmo con el que su líder, Jeremy Corbyn, ha actuado a lo largo de la campaña.
Consecuencias dentro y fuera Las consecuencias del Brexit serán profundas, aunque hará falta una cierta perspectiva temporal para evaluarlas con rigor. Pero ya desde ahora, pocos días después del 23 de junio, se pueden avanzar algunas conclusiones provisionales. La primera es que las pérdidas pueden ser cuantiosas. Pérdidas económicas y también políticas, que no se van a distribuir por partes iguales entre británicos y el resto de europeos. Los británicos serán las principales víctimas de su propia decisión, por muy democrática que ésta haya sido. No sé si son ciertas las informaciones publicadas a pocas horas de conocerse el resultado del referéndum en el sentido de que muchos votantes del "Leave" se echaban las manos a la cabeza al empezar a calibrar algunos de los efectos directos de su voto. Pero no me extrañaría que eso estuviese ocurriendo.
De momento, ya se observan algunas reacciones que no por ser esperables dejan de ser menos problemáticas. La líder de los nacionalistas escoceses, Nicola Sturgeon, se ha manifestado dispuesta a la celebración de un nuevo referéndum de independencia. ¿Cuál será la reacción del nuevo gobierno y del Parlamento británico, dado que el asunto parecía zanjado "al menos hasta la próxima generación" con la consulta de septiembre de 2014? Caso de celebrarse, y de arrojar esta vez un resultado favorable a la independencia, ¿cuál sería la actitud de los 27 ante una previsible solicitud de adhesión? Y en caso de ser favorable, ¿pondría España obstáculos a admitirles como miembros de la UE, dado que ahora la similitud con posibles demandas de quienes quieren desgajarse de un Estado miembro ya no se plantearía en los mismos términos?