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Miguel J. Hernández Madrid
La migración de mexicanos a Estados Unidos es un fenómeno que ha reclamado a las ciencias sociales una atención cada vez más especializada, por la complejidad que reviste para aprehender empíricamente sus múltiples dimensiones. El fuerte predominio de los análisis económicos que centraron su atención en las relaciones de las causas y efectos de la migración, marginaron en pro de una explicación estructural el estudio de las dimensiones socioculturales que apelaban a las razones y sentidos de los sujetos. Aunque hoy día se debate en escenarios académicos y de políticas públicas bilaterales si la cultura es un factor explicativo de la migración, lo cierto es que no se puede soslayar su importancia para comprender ese campo de la condición humana en donde las decisiones para movilizarse apelan a la razón, los sentimientos, las creencias y los saberes producidos en la experiencia. En este artículo pretendemos llamar la atención sobre un aspecto poco trabajado en los estudios de la migración: el papel que desempeña la creencia religiosa en la construcción de sentido para las acciones de los migrantes. A continuación examinaremos algunos trabajos significativos del tema en cuestión a la luz de los resultados de una investigación recién terminada en Michoacán, Tijuana y Estados Unidos1 sobre cambio religioso y conductas de supervivencia entre las nuevas generaciones de migrantes mexicanos. Migración y cambio religioso es una asociación que se dio por supuesta durante mucho tiempo en los estudios sobre la emigración de los habitantes del campo a las ciudades latinoamericanas del último cuarto del siglo veinte. Más que por una explicación a priori fue por la disolución de la noción de religión en el dominio de las teorías de la cultura que se interpretaron los cambios de valores, conductas, creencias y prácticas de los migrantes como indicadores de sus visiones de mundo. La frontera entre cultura y religión ha sido un tema difícil de definir por disciplinas como la antropología y la sociología, especialmente cuando la religión se disputa entre ellas como objeto de conocimiento. Parafraseando a Manuela Cantón, quizás la manera más saludable de abordar una tarea tan incómoda sea evocar la centralidad que una vez tuvieron los estudios sobre religión, al ser tratados por Durkheim y Weber como un fenómeno social crucial: “Las religiones ni se extinguen ni regresan, sólo se están transformando asombrosamente ante nuestra mirada atónita” (Cantón, 2001:31-32). Con excepción de muy contadas investigaciones, una de las cuales se realizó en Perú en los años ochenta por Manuel Marzal (1989), fue en los escenarios de la migración internacional hacia Estados Unidos donde el tema del cambio religioso se ponderó en una perspectiva teórica novedosa. Esto quiere decir que la religión como objeto de estudio cobró nuevos aires a la luz de los trabajos que reconocieron su función en la formación de identidades emergentes, como respuesta a los embates de la globalización (Castells, 1999; Hernández, 1997; Odgers, 2001; Warner & Wittner, 1998). Pero el hecho de que el tema del cambio religioso hallara en las identidades de los migrantes un derrotero empírico, no significa que en este campo de estudio se solucionaran algunos problemas teóricos heredados, como el del mito de la consistencia cultural (Archer, 1997:30). Ante este reto, el fenómeno de las identidades religiosas emergentes requiere abordarse como objeto de ruptura epistemológica, implicando esto una lectura crítica de las explicaciones que ven en los patrimonios culturales y religiosos el sustrato integrador de los esquemas de sentido entre los sujetos, aun en circunstancias de cambio social. Un examen de las diversas construcciones de la noción de identidad religiosa en los trabajos sobre migración y cambio religioso, nos parece que puede ayudar a precisar en qué medida esta ruptura epistemológica se ha llevado a cabo y cuáles son las aportaciones que de ella se derivan.
