Nadie desea en Francia que Le Monde, que forma parte del imaginario del país de después de la guerra, vaya de mal en peor. Sin embargo, su estado crítico, atribuíble en primer término a la mala gestión de la era Colombani, quizá oculte una crisis aún más profunda y preocupante: la falta de sensibilidad del primer periódico francés para conectar con sus lectores.