Francisco Miranda Hamburger
El político más votado de la historia de Colombia se presenta a la reelección presidencial en medio del escepticismo. Su balance positivo en política económica y social, así como en las conversaciones de paz no han impedido, sin embargo, un creciente malestar social.
El 20 de junio de 2010 Juan Manuel Santos Calderón fue elegido presidente de Colombia en la segunda vuelta con el respaldo del 70 por cien de los votos. Sin haberse presentado nunca a unas elecciones, el exministro de Defensa obtuvo una de las victorias más cómodas de la historia política reciente del país y ganó en las 33 circunscripciones territoriales. Nunca antes un candidato presidencial había conseguido una cifra similar de sufragios: más de nueve millones en una sociedad de 44 millones de habitantes y altos índices de abstención.
Casi cuatro años después, Santos regresa a las urnas en busca de un segundo mandato. El 25 de mayo de 2014 se calcula que unos 16 millones de colombianos depositarán su voto en la primera vuelta presidencial. Si bien el actual mandatario lidera todas las encuestas y mantiene una amplia distancia a sus competidores, la intención de voto no supera el 30 por cien. De hecho, en varios sondeos, el voto en blanco iguala el apoyo popular al presidente-candidato. Santos hoy registra un empate entre su imagen favorable y quienes lo rechazan, mientras dos de cada tres colombianos critican el rumbo del país. Al comparar esos dos momentos, cualquiera diría que la administración de Santos fue un desastre y se apresta a recibir un castigo electoral. O al menos la indiferencia de los votantes. Lo anterior no sería del todo correcto. En áreas tan claves como la reducción de la pobreza y la política macroeconómica, la gestión del gobierno actual muestra resultados positivos. Otros le apostarían a una desconexión de la Casa de Nariño con los problemas más apremiantes de la sociedad colombiana. Tampoco sería acertado afirmarlo: Santos impulsa hoy en Cuba unos diálogos de paz con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para tratar de poner punto final a un conflicto de más de medio siglo.
Otra de las razones que explicarían un panorama tan anémico podría ser de carácter político. No obstante, el jefe del Estado colombiano ha gozado de la coalición mayoritaria más amplia de las últimas décadas, la Unidad Nacional, con más del 85 por cien del Congreso. Con excepción de unas pocas voces aisladas del minoritario bloque de izquierda, el Polo Democrático, Santos no tuvo una oposición tangible en el legislativo. Su bancada le permitió aprobar medio centenar de reformas constitucionales e importantes leyes sobre un diverso espectro de asuntos, desde la agricultura hasta las regalías mineras y petroleras.
En menos de cuatro años, Santos pasó de ser el político más votado de la historia contemporánea de Colombia a convertirse en un mandatario que camina hacia una reelección que no despierta entusiasmo dentro del electorado. En vísperas de la primera vuelta, el primer mandatario no disfrutaba de la tradicional ventaja de los presidentes-candidatos, y aunque no hay candidato a la vista capaz de amenazar su liderazgo, los bajos niveles de intención de voto lo hacen vulnerable a cualquier sorpresa. ¿Cómo entender entonces el panorama escéptico en que están envueltas las elecciones legislativas y presidenciales de 2014 y que reflejan las encuestas de opinión? ¿Qué pasó en estos tres años y medio de presidencia que transformaron un amplio consenso político en un ambiente más fracturado y pesimista?