Como profesores universitarios, ¿somos herederos de los principios Sofistas o de las ideas de Sócrates, el filósofo? ¿Enseñamos a los estudiantes habilidades como la ética académica y estrategias como la escritura y destrezas de estudio, que ofrecen acceso directo hacia la competencia institucional, o extraemos conocimiento de nuestros estudiantes, provocando sabiduría en ellos y desarrollando lo que los griegos denomina-ron ethos (carácter) y fidelidad hacia una forma de pensamiento? En resumen, ¿enseña-mos una destreza o un bien? El primer acercamiento es sofístico (derivado de los maes-tros griegos de la retórica, los Sofistas), y persigue producir eficientes trabajadores del conocimiento. El segundo acercamiento es socrático, o filosófico (después del maestro griego de filosofía, Sócrates), y busca producir buenos ciudadanos. Como estos antiguos nombres y términos sugieren, estamos ante un problema con una larga tradición, pero también es un problema con resonancia local contemporánea en cuanto al estado de la educación terciaria, tanto en Aotearoa/Nueva Zelanda, donde vivo y enseño, como en nuestra coyuntura histórica. Mi pregunta, aquí, hace referencia a cómo nosotros, profe-sores universitarios, podríamos negociar esta dicotomía binaria: cómo podríamos enla-zar estas dos posiciones y, por lo tanto, quizá trascenderlas.