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Los poderosos suelen pervertir el lenguaje con eufemismos para intentar adormecer a la sociedad y poder llevar a cabo sus fines sin oposición. Tales procedimientos vienen dándose desde la Antigüedad y desde el mismo nacimiento de la democracia. Sin embargo, esta estafa léxica tiene la debilidad de que su devaluación en el mercado de las palabras obliga a una reposición continua de existencias. En los momentos actuales es tan evidente el uso frecuente de palabras impostoras que su abuso está llenando la política de connotaciones negativas que minan la propia democracia.
