El fin de la guerra fría trae consigo algunos efectos positivos para la situación de los derechos humanos, como es el caso del resquebrajamiento del apoyo que las grandes potencias brindaban en ocasiones, y por razones estratégicas, a regímenes políticos violatorios de esos derechos. Sin embargo, no se ha avanzado nada en superar el factor que más desestimula su promoción a nivel global: la concepción de la política de derechos humanos como una prerrogativa soberana de cada país, en lugar de una fundamentación internacional de su defensa a partir, entre otras cosas, de una mayor injerencia de la ONU1.