Erigida en dogma en Occidente, la exigencia de reducir los gastos públicos repercute ante todo en los servicios de interés común. Sin embargo, en los sectores donde prima una relación personalizada entre usuarios y profesionales, implica una disminución de la calidad. ¿Satisfará a los maniáticos de la eficiencia la automatización cada vez más desarrollada de las actividades humanas?