El sometimiento de Iraq por parte de Estados Unidos iba más allá de la necesidad de controlar el petróleo. Estados Unidos no podía permitir que Iraq se alzara como potencia árabe en la zona, vertebrando un polo de desarrollo regional al margen de las lógica de integración económica liberal que Estados Unidos pretende para las riquezas y las poblaciones. Una vez ocupado el país, la realidad de la posguerra apunta a un enquistamiento de la situación que ni permite desarrollar los planes imperiales ni parece conducir a un Iraq pacífico, democrático y cohesionado.