En la mayor parte de los países árabes, allá donde imaginamos constantes enfrentamientos, encontramos más bien un juego permanente de alianzas, un pacto tácito entre tres fuerzas desiguales: autorizados a ampliar su ascendiente en la sociedad, los fundamentalistas renuncian a privilegiar la conquista del poder político; los intelectuales laicos, protegios por el Estado de la férula de los integristas, callan las derivas autoritarias del poder y reservan su militancia a causas consensuales; y el Estado autoritario, tratado con indulgencia por los intelectuales y tolerado por los religiosos, perdura...