La tesis de partida es: la Unión Económica y Monetaria, con un mercado único que permita la libertad de movimientos de bienes, capitales y personas, donde se consiga una mejor asignación de los recursos productivos, y con una moneda única, que elimine riesgos e incertidumbres, alcanzará un mayor crecimiento en Europa, con posibilidad de reducir la inflación y aumentar el nivel de empleo. Ahora bien, estos efectos, globalmente positivos, no está claro que vayan a distribuirse de forma uniforme entre las diferentes regiones que integran la Unión Europea. Además, la moneda única deja al país sin control sobre un instrumento clave de política monetaria. Un problema añadido es la ausencia de un sistema fiscal centralizado, con peso real en términos presupuestarios, que haga frente a los choques regionales de demanda o de oferta, con capacidad de ejercer de política estabilizadora. La única solución parece ser, según el autor, que los fondos estructurales y de cohesión comunitarios experimenten un fuerte incremento que permita amortiguar las tensiones sociales y políticas que puedan surgir en los próximos años.