Europa se enfrenta a una de las crisis más graves de su historia, que no es solo económica sino que puede tener graves consecuencias políticas y hacer tambalear el edificio de la integración europea. La respuesta que se está dando desde las instituciones europeas -impuesta por Alemania- ha sido renunciar al instrumento de la política fiscal e imponer una austeridad presupuestaria generalizada, encorsetada por reglas cada vez más estrictas, que condena a los Estados de la unión a un largo periodo de débil crecimiento, incapaz de reducir los niveles de paro, de precariedad y de empobrecimiento de sus poblaciones. Para cambiar esta deriva es necesario recuperar el crecimiento, controlar los riesgos financieros, reducir los desequilibrios macroeconómicos de la zona euro, corregir las desigualdades de renta para mantener la demanda y avanzar en la armonización fiscal.