Como consecuencia de la creciente autonomía de la ciencia jurídica, desde fines del siglo XIX y hasta más allá de la mitad del siglo XX, predominó la tendencia a considerar a los autores doctrinarios como los principales actores en el mundo del Derecho y hasta hoy, muchos jushistoriadores tienden a estudiar preferentemente la evolución de la ciencia jurídica, en detrimento de su aplicación, olvidando el papel del resto de los operadores jurídicos. No fue así, sin embargo, en los años de creación y asentamiento de nuestras actuales nacionalidades, esto es hasta mediados del siglo XIX. En aquellos tiempos fundacionales, por un motivo o por otro, tuvimos juristas políticos, abogados militares, letrados economistas y, en fin, todas las combinaciones posibles, pero rarísimamente existieron juristas “químicamente puros”. La mayoría de los hombres de Derecho vivió más vinculado a los afanes de la vida pública, que a las tareas que hoy se consideran propias de un jurista. El protagonista de este estudio, José Gabriel Ortiz de Ocampo y Herrera Guzmán, nació en la Provincia de La Rioja, actual República Argentina, en 1798, en el seno de una antigua familia de noble raíz criolla, con muy ilustres antepasados, y parientes de descollante figuración: militares, políticos, eclesiásticos, juristas, escritores y poetas.