Quizá la más llamativa sorpresa escondida en la reforma laboral de 2010, sea la que posibilita la creación de unas Comisiones Laborales para canalizar la representación de los trabajadores en las empresas que no disponen de representantes legales de los trabajadores. Es, sin duda, una reacción contra la representatividad espontánea o a través de las asambleas, lo que es un último paso coincidente con los que se adoptaron en la transición a la democracia a causa del miedo que tales asambleas provocaban en el legislador. Pero lo importante no está en esas Comisiones de Trabajadores, sino en la opción de sustituirlas por Comisiones Sindicales más fuertes, que tendrán así, por esa vía, una oportunidad nunca prevista de estar presentes en las más pequeñas empresas, contribuyendo de ese modo a �sindicalizar� aún más la realidad social española. Un regalo del legislador que apenas han valorado los sindicatos, dedicados a protestar por la tibia modificación del reparto de poder en la empresa que ha intentado la reforma de 2010.