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Los programas de inmigración despiertan expectativas de distintos órdenes: acrecentar la productividad, reducir los precios al consumidor, fomentar el intercambio cultural y aumentar el nivel de vida de los trabajadores llegados de países pobres. Por desgracia, estos programas quedan desvirtuados constantemente debido a los abusos y a los efectos inesperados que tienen. Ello ha mermado su prestigio a los ojos de los trabajadores y los ciudadanos de los países de inmigración, debido a lo cual suelen ser de dimensión inferior a la que desean los empleadores para alcanzar la productividad máxima. En este artículo se defiende un nuevo tipo de programa de inmigración regido por las leyes del mercado y capaz de conjugar los intereses de los trabajadores, los empleadores, los consumidores, el gobierno y los propios inmigrantes
