Tomando como punto de partida la vigencia y la complejidad de la cuestión acerca del papel de la religión en el ámbito público contemporáneo occidental, podrían sintetizarse en dos las grandes explicaciones que se han dado a dicha cuestión. La primera, consiste en la mentalidad laicista y secularizadora según la cual las sociedades occidentales deben reconocer en su simbología jurídica y en su praxis política que la religión tiene un papel estrictamente privado, individual y subjetivo. Esta postura recoge la herencia intelectual ilustrada según la cual la religión era una suerte de subproducto de la conciencia del sujeto, y que además reflejaba la tradición escolástica contra la que combatió el iluminismo y el proyecto de la Modernidad hegemónica. Esta perspectiva adquirió una singular influencia debido al positivismo decimonónico que entendía la historia occidental a partir del esquema de evolución y superación sucesiva de fases o estadios históricos en los que la era positiva marcaba el culmen del devenir humano.