Resulta altamente paradojal el hecho de que un oscuro profesor de Historia de las Ideas Políticas de la Universidad de Chicago, que alcanzó muy poco reconocimiento en vida, que hablaba inglés con acento y lo escribía sin fluidez, y que se dedicaba principalmente a comentar autores tan poco a la moda como Tucídides, Jenofonte o Platón, haya adquirido en nuestros días una notoriedad poco usual para un profesor de filosofía. Tal es el caso de Leo Strauss, nacido en 1899 en Hessen en el seno de una familia judía observante y que estudió filosofía en Marburgo y Hamburgo, donde se doctoró con una tesis sobre Jacobi, dirigida por Ernest Cassirer. En 1922 asistió a los cursos de Heidegger en la Universidad de Freiburg-im-Brisgau, donde tuvo como condiscípulos a Hans Georg Gadamer, Hanah Arendt, Karl Löwit y otros de esa categoría, y donde entró en contacto con el pensamiento clásico, en especial con el de Aristóteles.