Las prácticas de evaluación en la escuela ayudan a los estudiantes a rectificar su comprensión, a la vez que brindan una guía para reorientar la enseñanza. Sin embargo, uno de sus efectos no intencionales es la validación de ciertos mecanismos ¿instalados en la cultura¿ de inclusión y exclusión, con el consecuente daño a la identidad de quienes son excluidos. Ni los contenidos escolares ni los instrumentos para evaluar son ¿neutrales¿, sino que suponen una ideología respecto de qué vale la pena ser enseñado / aprendido y de cuál es la manera correcta para estimar el desempeño de los alumnos. Los estudiantes que comparten esta ideología pueden adaptarse a las exigencias del sistema educativo. Pero para otros, el tránsito por la escuela está plagado de ¿irrelevancias¿ o de reglas de juego que no comprenden. Probablemente no obtengan éxito en las pruebas, y reaccionen ante su ¿fracaso¿ de diversas maneras: simplemente aceptando su condición de ¿reprobados¿, revirtiendo el significado de ¿ser un reprobado¿ y asignándole connotación positiva, o intentando una y otra vez incluirse en un nosotros que los excluye renunciando a su propia identidad.