Una escuela capaz de reconocer la diversidad y al mismo tiempo integrar diferentes grupos y miradas debe ser capaz de desarrollar iniciativas variadas. Esta posibilidad suele ser obstruida desde las mismas políticas públicas, que suelen ser uniformes, y de los modelos mentales, - construidos a través de la práctica misma -, que impiden revisar la experiencia e imaginar escuelas algo más autónomas, capaces de atender a rasgos culturales distintivos.
Este trabajo se refiere a las reflexiones surgidas en el autor como miembro de un comité evaluador para otorgar empresas autogestionadas (chartered schools) en una provincia argentina. De la experiencia del jurado haciendo su tarea y de los cincuenta grupos espontáneos que presentaron propuestas, es posible aprender sobre el tipo de problemas que aparecen cuando se intenta pasar de una escuela que actúa como agencia de un sistema centralizado que toma todas las decisiones a una escuela diversa que sea expresión de diferentes propuestas sociales. Más allá del cambio de políticas parecen necesarios importantes aprendizajes colectivos para que una escuela capaz de atender a la diversidad cultural tenga lugar.
Como saldo de la experiencia se señalan la variedad y riqueza de las propuestas que la sociedad puede generar cuando tiene una oportunidad más o menos creíble para hacerlo. También, dos dificultades recurrentes aún en grupos técnicamente muy aptos: la de reflexionar sobre la práctica enriqueciéndola a partir de nuevas teorías y la de definir sistemas de gobierno. A estas tres cuestiones: la variedad de propuestas y las dificultades para reconocer la propia práctica y proponer sistemas de gobierno se refiere el trabajo.
Con respecto a la variedad de las propuestas, merece señalarse que si bien ésta era mucho más rica que la surge de los programas uniformes de las políticas públicas, aún parecía insuficiente para atender a la diversidad de la sociedad. Muchos de los grupos que presentaban propuestas habían recibido en los últimos tiempos buena formación docente y eran capaces de enunciar teorías que no parecían poder poner en práctica, lo que sugiere que estas dificultades no se solucionan solamente con agregados de información sino que requieren tiempo para la construcción de conocimientos colectivos a través del debate, la participación y la evaluación de los resultados.
Se concluye afirmando que nuestras sociedades no son caóticas por tener muchas voces, sino porque no hay mecanismos institucionales capaces de escucharlas. Una escuela capaz de discutir sus propios problemas no solamente podría enseñar mejor a sus alumnos los contenidos disciplinares sino que configuraría un currículum donde imaginar reglas de juego para la acción colectiva, la evaluación autónoma de la experiencia y el respeto de los diferentes actores sociales, factores centrales para la constitución de una sociedad civil autónoma y plural, sean parte de la formación que la institución facilita.