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Todo régimen político siempre fluctúa entre dos momentos antagónicos que necesitan ser reconciliados: por un lado, el momento de la diferencia, resultado de la heterogeneidad propia de las sociedades modernas, y, por el otro, el momento de unidad, instancia en la que se establece la convivencia común. Esta característica nos lleva a reflexionar acerca de cómo se debe considerar la diferencia en un contexto democrático, teniendo en cuenta que el incremento de complejidad no hace más que profundizar el proceso de diferenciación. Pero si bien se requiere en el espacio público algún tipo de homogeneización de lo distinto, la construcción de dicha homogeneidad supone necesariamente evitar o incluso expulsar aquellas diferencias que ponen potencialmente � o se las considera que ponen - en peligro el espacio de lo común. Es en la intersección entre los momentos de unidad y diferencia que se define el grado de liberalidad o autoritarismo que tiene cada sistema político en particular. A lo largo de este artículo analizaremos las distintas soluciones teóricas dadas en la Modernidad, centrándonos en la complejidad de las sociedades democráticas y los riesgos que ellas presentan.
