Rubén Figaredo Fernández
Que los males tienen en la boca su puerta de entrada es algo que ningún antropólogo puede negar. Parece que el éxito en las mesas de hoy tiene una de sus premisas en que el comensal se quede con ganas de más. La gastronomía se convierte en un mecanismo sofisticado para desear en vez de un terreno para la epifanía, en el que se cumplen nuestros secretos sueños de abundancia y goce sensual. El fantasma de la salud pública como valor universal y la seguridad vial con sus restricciones y penalizaciones, han convertido el alcohol en un veneno, considerado como un enemigo de la sociedad. Estamos convencidos de que todo buen bebedor cree, sin embargo, que el veneno en todo caso es la propia vida, y que el alcohol es su antídoto. La temperancia es, como la armonía clásica, un corsé deseable que evita males mayores y convierte en previsibles nuestros actos.