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Los países industrializados han sido testigos de un proceso ininterrumpido de internacionalización de sus empresas y globalización de sus mercados y han iniciado la andadura de la liberalización económica y la privatización. Este movimiento ha ido acompañado de la extensión de la cultura de la competencia como reacción al exceso de intervencionismo y regulación ineficiente que han soportado sus economías durante muchos años y a los efectos de dicho intervencionismo sobre las empresas, los trabajadores y el propio sector público. No hay duda de los efectos positivos de la competencia sobre los precios, la oferta, la inversión, la ocupación y, en consecuencia, el crecimiento económico. Por estas razones, no sin dificultad, las políticas de introducción y defensa de la competencia y desregulación, han ganado importancia en los últimos años. Se trata de combinar, con las proporciones adecuadas, competencia, regulación, defensa de los intereses públicos y bienestar.
