Hay quien sostiene que el electorado español, a lo largo de todo el proceso de la transición democrática, ha dado pruebas de una indudable sabiduría política. En las elecciones de 1977 se produjo un resultado que tuvo, al menos, dos notables virtudes. Por una parte permitió ganar -aunque sin gran holgura- y gobernar a la UCD de Suárez; lo cual suponía una continuidad con lo anterior, conjugada con los aires nuevos de una democracia que empezaba a cobrar cuerpo y a ser reconocida. A su vez, tal victoria fue acompañada de un equilibrio complejo -y virtuoso- de fuerzas, en el que el PSOE aparecía como un partido con gran potencialidad y perspectivas de futuro, al tiempo que la derecha más inercial con el régimen anterior tenía representación y el Partido Comunista obtenía unos resultados que no eran, desde luego, los que los comunistas y otros bien avenidos esperaban, pero que resultaban respetables; pudiéndose decir lo mismo de los principales partidos nacionalistas.