José Enrique Ayala
El "no" irlandés ha sido, en buena parte, el voto del miedo. Y también el voto del egoísmo. Los dos peores enemigos de la integración supraestatal a la que tiende tímidamente el Tratado de Lisboa, sin que nadie haya explicado claramente las ventajas que tendría su aplicación para los Estados-nación, que representan todavía la referencia política de los europeos pero son incapaces de ofrecer por sí solos soluciones a los problemas de sus ciudadanos, ni en el interior de Europa ni mucho menos fuera de ella.