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Yves Meny
Europa atraviesa un periodo de inquietudes, de tormentas e interrogantes. El contexto está ahí para justificar y explicar los estados de ánimo de los europeos: pobre coyuntura económica en muchos países de la zona euro; inquietudes ligadas a la emigración; a la ampliación, a los problemas del Estado del Bienestar; profundas divisiones en materia de Política Exterior y de Defensa. Sumándose a este dispar abanico de preocupaciones económicas, políticas y sociales, tenemos la cuestión del Tratado Constitucional, ya considerado como moribundo, por lo menos en lo que refiere a la versión firmada por los 27 Jefes de Estado y de Gobierno en octubre de 2004. Así pues, aún quedan demasiadas incógnitas sobre el futuro Tratado que sustituirá al que ha muerto antes de nacer: ¿será más o menos parecido al que preparó la Convención? ¿Serán los cambios eventuales razonables y aceptables, o conllevarán el riesgo de desnaturalizar los equilibrios conseguidos hasta el punto de transformar en feroces adversarios a los más entusiastas partidarios del proyecto en su forma actual? Una vez superados estos escollos, otras dificultades aún más grandes amenazarán la frágil y pequeña barca: ¿superará el listón de las ratificaciones parlamentarias y la hostilidad o indiferencia de las poblaciones en caso de referendo popular allí donde el recurrir a la democracia directa es una obligación? Es en este momento de elección «entre dos alternativas», sobre esta incertidumbre, en el que desearía detenerme un instante para presentar algunas consideraciones sobre el «Estado de la Unión» y su futuro.
