Acceso usuarios
Jacques Delors
He repetido muchas veces: «no hay futuro sin memoria». Y no es una simple excusa para justificar las conmemoraciones. Es una verdad histórica, como lo muestran todas las contrariedades causadas por visiones a corto plazo o el rechazo de tener en cuenta las tradiciones o, en un sentido distinto, las tragedias vividas y los errores cometidos. De ahí esta exigencia de repasar estos cincuenta años, que no fueron en absoluto una edad de oro, sino que impulsaron una aventura única en la Historia. La cooperación entre naciones soberanas decididas a actuar por medio de instituciones comunes y el respeto mutuo entre los pueblos, la creación de una comunidad de Derecho al que cada país se somete y la cooperación creciente en el terreno de la política económica y social así como en la de relaciones exteriores. Un historiador de Europa, Bino OLIVI, ha titulado acertadamente su obra "La Europa difícil". Hasta qué punto tiene razón, pues la empresa nunca ha sido fácil. Hay que convencer de ello a los que, hoy por hoy, no habiendo conocido los años de la posguerra, tienden a considerar esta emergencia de una Europa unida como vieja quimera, una idea sobrepasada por los cambios producidos desde entonces. A menudo se ha predicho el fin de la aventura europea. Y sin embargo, se mueve. Pero no se trata de la historia de un largo río tranquilo. No es por ello fútil recordar los años cincuenta y el Tratado de Roma, ni ilustrar ese zócalo común gracias al cual podremos, de nuevo, avanzar. En efecto, nada está nunca seguro. Siempre hay un pequeño diablillo en la Historia que viene a romper todo o parte de la obra humana. Estemos prevenidos, por tanto, sobre las consecuencias de una vuelta atrás, todavía más insidiosa, por cuanto no sería el efecto de un trueno en el cielo del Consejo Europeo, sino más bien la consecuencia de una desidia cómoda y culpable.
