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Gustavo Ortiz
La filosofía y las ciencias sociales hacen interesantes aportes al estudio de la identidad. Al hablar sobre el tema, hoy se distingue entre identidad personal e identidad colectiva. Ambas se complementan, pero en el tratamiento que se les da, la primera suele ser considerada desde la filosofía y la segunda desde las ciencias sociales. En este texto, mi contribución se centrará en la perspectiva filosófica y recaerá sobre lo siguiente: la cuestión de la identidad ¿ha sido siempre un problema o una pregunta inquietantes para la filosofía, disputada además por otros saberes, como en la actualidad, o hubo épocas en que fue posesión suya, de manera más o menos pacífica y exclusiva? Mi suposición es que en la filosofía griega, en el pensamiento medieval y en el latinoamericano, al menos cuando se dieron en contextos culturales estables- la cuestión de la identidad personal o social fue preponderantemente objeto de disputa académica, pero no alcanzó a constituirse en un problema o a plantearse como una pregunta. Y eso, porque la experiencia individual o social acerca de la identidad estaban contenidas e integradas en un mundo simbólica e institucionalmente consistente, no dando pie a fisuras, o en otros términos, a problemas o preguntas existenciales. Otra fue la situación con el advenimiento de la modernidad: ella trae la pluralidad y la fragmentación de mundos de sentido, cada uno de ellos con entramados valorativos y cognitivos más o menos homogéneos. Esas diversas ofertas entran en competencia, pero ciertamente los valores religiosos y las categorías metafísicas, en sus funciones sociales de legitimación, sufren crecientes procesos de devaluación. Se aflojan, entonces, las tramas significativas y la crisis infiltra los procesos sociales de identificación de los individuos.
