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El predominio sociocultural de un imaginario neoliberal en nuestro continente ha contribuido a acentuar la heterogeneidad estructural y las diferencias sociales con un efecto directo en el plano de la desintegración social. Sin embargo, este proceso se ha visto acompañado por un crecimiento económico relativamente sostenido y una disminución paulatina de la inflación y el desempleo, lo cual debiera reflejar una sensación de mayor bienestar entre las personas.
El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo por su parte en abril de 2000 consigna por el contrario, una creciente sensación de miedo e inseguridad generalizada entre el ciudadano común.
Para enfrentar este desface entre progresos sociales cifrados y subjetividad colectiva, los gobiernos se han orientado a promover acciones encaminadas a facilitar la cohesión e integración social para lo cual, algunos con mayor progreso que otros, han creído descubrir en la modernización de los servicios públicos, una herramienta eficaz para recomponer el tejido social desarticulado, proceso que amenaza agudizarse en virtud de la celeridad que adquiere por su parte la globalización y la internalización de la economía.
El artículo revisa algunos cambios en la perspectiva con que el Estado intenta enfrentar la disminución de la cohesión social a través de nuevas formas de relación con el ciudadano.
