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Me. H. Noilhan
La aspiración de los fundadores de la economía política, tanto de la escuela liberal como de la escuela marxista, estriba en reunir el conjunto de los problemas de la producción en un esquema de tipo industrial. Los dirigentes de la URSS han sostenido siempre que el ideal de la producción está en la fábrica, y se han esforzado por insertar la agricultura en los procedimientos que rigen aquélla. Las sociedades capitalistas, en el fondo, tienen ideas análogas: que el campo necesita adoptar los métodos del sistema industrial si quiere alcanzar su pleno desarrollo. Sin embargo, la economía moderna no es homogénea y comprende, al menos, dos partes notoriamente diferenciadas que no pueden ser subsumidas la una en la otra. Y en el sector agrícola, la técnica da nacimiento no sólo a un conjunto de actividades profundamente originales, sino a una verdadera civilización. Sin negar las excelencias que, en algunos aspectos, presenta la civilización industrial, hay que establecer que no es total, sino parcial, y que existe una civilización agraria basada sobre fundamentos diferentes que despierta después de un letargo de siglos, que pone a cada instante en juego las facultades más nobles del hombre sin perder contacto con las leyes de la naturaleza. En una palabra, una civilización humana por excelencia.
