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Dos tendencias imprimen el sello a nuestra política agraria de principios de siglo: una sigue soñando utópicamente con la solución de parcelar simplemente las tierras, la otra cree que con hacer grandes planes y ejecutar grandes obras hidráulicas, nuestros regadíos se multiplicarían rápidamente, dando fin a nuestro problema agrario. En los momentos actuales no es posible referirse a lo agrario desligado de su contenido económico y, por tanto, sin relacionarlo con la economía del país. El "problema agrario" se resuelve eliminando, por una parte, defectos estructurales y, por otra, incrementando la capitalización en el campo. Resulta imprescindible para elevar el nivel de vida y el poder de compra de nuestra población agrícola el actuar sobre lo que hoy, y también mañana, serán nuestros secanos. En otro caso se crearía una disociación entre la agricultura de los regadíos y zonas colonizadas y la vieja agricultura de los secanos. La mayoría de las explotaciones hoy existentes en los secanos se caracterizan por la escasa inversión de capital, baja productividad del trabajo empleado y una deficiente estructura de la propiedad territorial que se opone resueltamente a la modernización de la vieja agricultura. Otro aspecto que no puede olvidarse, aun dentro de una política de inversiones, la más deshumanizada aparentemente, es la capacitación del hombre, destinatario de todo este esfuerzo.
