A lo largo de los últimos veinte años, las regiones españolas han experimentado un proceso de crecimiento económico que, en líneas generales, consideramos que tiene que valorarse de forma muy positiva. Aún cuando esta afirmación pueda considerarse un juicio de valor, la misma tiene una fundamentación sólida, ya de que el mencionado crecimiento no sólo ha permitido mejorar el nivel de vida de los ciudadanos de forma evidente sino que, además, ha logrado reducir las diferencias en relación con otras áreas más desarrolladas, en particular con la Unión Europea.