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España puede caracterizarse, junto a Italia, como un país de "nueva inmigración". Los primeros inmigrantes en número significativo aparecen en la agricultura española en los primeros años de la década de los ochenta, teniendo esta inmigración características muy diferentes de la registrada en Europa en las décadas de los cincuenta y sesenta. La precariedad en el empleo, su temporalidad y la importante presencia de inmigrantes irregulares son rasgos definitorios de la actual inmigración. El cambio de sentido de flujo migratorio y la incorporación de España al espacio único europeo han exigido a la Administración importantes cambios organizativos y legislativos tendentes a regularizar a los inmigrantes presentes en el territorio español y reforzar el control de las fronteras con países terceros. Los cupos anuales de inmigrantes marcan la política de los últimos años. Sin embargo, las medidas adoptadas son difícilmente aplicables a un sector agrario caracterizado por la estacionalidad de la demanda de trabajo y el elevado peso del trabajo ilegal. Tras una descripción de la distribución espacial y ocupacional de los inmigrantes en la agricultura española, se avanzan hipótesis sobre el papel que la mano de obra barata, los inmigrantes, pueden desempeñar en la reproducción de las explotaciones familiares.
