Este artículo presenta un reflexión sobre la diversidad cultural: se plantea si las diferencias entre comunidades de un mismo país deben ignorarse o tenerse en cuenta. El ejemplo del Líbano muestra cómo una opción de reconocimiento formal de la diversidad se ha visto pervertida por sus propias deficiencias. A pesar de ello, es evidente que la democracia es el único camino posible, teniendo en cuenta que lo sagrado para la misma son los valores (el respeto a la dignidad de los seres humanos), no los mecanismos. En un contexto en que las tensiones identitarias crecen, la aceleración de las comunicaciones ha provocado también sentimientos de amenaza que conllevan una concepción de la identidad "tribal" que no se adapta a la realidad actual. El miedo a las similitudes, cada vez más reales, favorece la reivindicación de esta identidad vertical; sin embargo, para promover la diversidad, el camino es el reconocimiento por parte de cada persona y de cada sociedad de su propia diversidad, y no la defensa agresiva de las identidades tribales