Una idea fundamental en la ética, corroborada a través de la historia, es que nuestro progreso moral se consigue sobre todo a través del esfuerzo. Por éste, creemos dominar los impulsos y conquistar los valores. Pero bien mirado, esto no es así. El esfuerzo es una coacción que nos impulsa a dejar de ser lo que somos para ser otra cosa; no contentos con "el ser", aspiramos al "deber ser". Con lo cual, el esfuerzo instala en nosotros una lucha autodestructiva sin término. La verdadera meta moral es comprender lo que somos y no tratar de ser algo diferente. Al aceptar lo que somos, sobreviene un estado creador - semejante al de los artistas - que es el que trae la felicidad. Y en todo este problema, el conocimiento juega un papel importante. Basta con percibirmos a nosotros mismos, el resto se encarga de hacerlo el hábito mismo de la vida. Un ejemplo fehaciente de esta actitud es Sócrates. Él percibía en sí mismo la capacidad de todos los vicios. Pero le bastaba la conciencia de ello y la ayuda negativa del "daimon"