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Lynne Tabor, una ejecutiva de tecnología de la información en la gigantesca manufacturera MMI cuenta con un gran equipo. Todos trabajan duro y se llevan bien. Todos, menos Max Dyer. Max es un talentoso programador, pero sus habilidades interpersonales son pésimas. Tan malas, en verdad, que hace tres años Lynne rediseñó su función después que otros empleados reclamaran por su falta de compromiso y su beligerancia. Desde entonces es un trabajador muy sólido. Trabaja horas extra, haciéndose merecedor de buenas evaluaciones de desempeño. Pero, recientemente sus colegas han notado un cambio negativo en él. En MMI todos están preocupados después de una serie de despidos, pero la conducta de Max parece ser algo más que un caso de nerviosismo. Para empeorar las cosas, las noticias de un tiroteo en las oficinas de una empresa de Seattle están en primera plana. Paige es testigo de los gritos de Max hablando por teléfono. George sorprende a Max examinando un certificado de un campo de tiro y Nicole, que se angustia porque cree que ellos terminarán formando parte de las estadísticas de violencia laboral, quiere saber qué medidas de seguridad interna tomará Lynne.
Cuando Lynne intenta hablar con Max, queda claro que él piensa que sus colegas no lo quieren. Y la verdad sea dicha, todos ellos creen que Max está al borde de la locura. Pero ¿qué puede hacer Lynne con un empleado que nunca ha llegado siquiera a realizar una amenaza velada contra alguien? Los comentaristas James Alan Fox, profesor adjunto de justicia criminal en Northeastern University; Steve Kaufer, co-fundador del Workplace Violence Research Institute; Christine Pearson, profesora de management y comportamiento organizacional en Marshall School of Business de la University of Southern California; y Ronald Schouten, director del Law and Psychiatry Service del Massachusetts General Hospital, entregan sus opiniones sobre este caso de estudio.
