El poeta no puede ser desarraigado, sino por la fuerza. Aún en esas circunstancias sus raíces deben cruzar el fondo del mar, sus semillas seguir el vuelo del viento, para encarnarse, una vez más, en su tierra. Debe ser deliberadamente nacional, reflexivamente nacional, maduramente patrio. El poeta no es una piedra perdida. Tiene dos obligaciones sagradas: partir y regresar. El poeta que parte y no vuelve es un cosmopolita