José Francisco Escudero Moratalla, Fernando Lacaba Sánchez
Los clásicos son inmortales, son contemporáneos, y dan respuesta a las preguntas que nos hacemos aún hoy, en nuestra vida diaria, y en muchas ocasiones, nos sirven para enfrentarnos a los retos de nuestro tiempo. La cultura occidental no es sino una reiterativa prolongación de los géneros y temas que griegos y romanos, con su fecunda imaginación, crearon hace miles de años: lo que cambian son los ropajes, los escenarios, pero la condición humana (incluyendo la legalidad) ha sido y será, un enigma, discernir si el ser humano tiene una tendencia natural a la bondad (y no precisa reglas ni leyes para mantener la convivencia), o si, por el contrario, es proclive a la maldad, a la negación del diferente, y necesita que, necesariamente, la justicia, la norma, regulen toda una serie de actitudes y comportamientos para evitar posibles abusos al prójimo. En nuestra opinión, “el hombre es bueno, los hombres son malos”. Es decir, el ser humano en sí es bueno, pero los grupos, la sociedad, la selva, la jauría humana representada con una belleza plástica impresionante en el “Monolito” (cuyas figuras se elevan al cielo mientras se retuercen alrededor de la columna de granito en una especie de huida hacia el más allá) del Parque Vigeland en la ciudad de Oslo (Noruega), determinan la necesidad de la existencia de la regla, de la norma. “La tendencia del ser humano a implantar la justicia, hace la norma posible, pero la inclinación del ser humano a la injusticia, hace la norma necesaria” (Dr. Ronald Niebhur). Así, como diría Rousseau “el hombre nace libre y a todas partes está encadenado”, esas cadenas son las leyes, leyes que según un proverbio estonio “son tres días más viejas que el mundo”. Porque vivir es andar en la cuerda floja y sin red, por eso, la ley debe tener autoridad sobre los hombres y no los hombres sobre la ley. La ley debe ser un grito, la voz de los hombres un murmullo (Alfredo el Grande, monarca britano, siglo VIII). En resumen, preferimos ser esclavos de la voluntad de la norma, que siervos de la voluntad de otros hombres, que es al fin y al cabo lo que viene a ser el Estado de Derecho.